lunes, 12 de noviembre de 2012

Muerte de Nadie

La verdad es que es terrible, pero es así.

Hace ya algunos años que cada vez que hago la compra, al salir del trabajo, me toca aparcar en una esquina con una fauna muy particular de bípedos barbudos y desaseados, brick peleón en mano y lengua fácil.

Al principio me miraban en silencio y así se quedaban hasta que entraba en el supermercado. Reconozco que fueron el miedo y la desconfianza los que me hicieron pasar a la tercera fase y entrar en comunicación con ellos. Pensé que si les caía bien no me chulearían la moto en mi ausencia. Para que luego digan que no se puede sacar nada bueno de lo malo....si yo soy especialista en eso! mira que lo repito.....

De los monosílabos pasamos a las frases cortas, de las frases cortas a las sonrisas cortas, y de ahí, poco a poco y variando la combinación de los elementos, que en este caso sí altera el producto, al saludo cordial y a los cinco minutitos de conversación callejera.

Yo reconozco que, como la mayoría, esquivo avergonzada la mirada de la gente que ya lo ha perdido todo. No se si es por ese vacío en sus ojos, pero vacío no de riquezas, bienes, ropa...no; vacíos de la esperanza de encontrarse con los tuyos. Cuando te miran parecen el espejo de la propia impotencia y supongo que no me gusta no poder/querer/saber hacer nada por ellos. No me gusta cómo me siento cuando me miran, así que retiro la mirada y el pensamiento e intento dejar pasar su imagen como si fuera un escaparate poco interesante. Unos segundos de lucha interna y ya está, ya pasó, tranquila, vuelve a tu vida.

Sin embargo en este caso no fue así. Resulta chocante salir cargada de bolsas y meterlas en una moto frente a un tropel de ojos observadores que miran alternativamente a las bolsas, a tu cartera y a tus ojos. Esos silencios tan intensos hicieron mella en mi y empecé a romperlos con regalitos, unos dips un día, unos zumitos otro "para que repongáis la vitamina C que os cargáis con el vino" y cuando llega la Navidad, fiesta!: Cajas de bombones, polvorones y cualquier otra chorrada típica de celebración que tenga a mano en el Mercadona.

Y así nos hicimos amigos.

Eran cuatro. Ahora sólo queda uno. El primero que murió no tenía ni 30 años. Era extranjero, rubito, joven. Una mañana no se despertó. Murió de un ataque al corazón, consecuencia, según me contó mi preferido, de todas las porquerías que se había metido. Murió en una chabola hecha con cartones. Era gracioso, les preguntaba a los demás si yo era de una secta, porque veía la cruz de la Victoria en mi moto y no entendía por qué hablaba con ellos. Pobrecito.

Otro de ellos tuvo un derrame cerebral.

Lo peor es lo de mi favorito, mi amiguín. No se que años tendrá, estos hombres están tan estropeados.... Pongamos que anda por la cuarentena. Pelo moreno sucio, siempre oculto bajo su gorra azul. Tuvo que ser un hombre guapo cuando estaba limpio y bien alimentado, porque sus ojos brillaban de un modo especial, remanente de glorias muy pasadas ya. Me contaba las crónicas diarias de su desgracia aunque nunca se quejaba, sólo me contaba cosas: que si me salió un bulto aquí, que si tuve una gastroenteritis que me dejó en el chasis. Ha sido un mal año para él, tantos amigos muertos y tantas enfermedades. Una temporada tuvo un perro. Yo le regalaba comida para él.

Hace unas semanas empezó a ausentarse de su jardinera habitual, esa en la que a veces dormía, debajo de un arbusto, cuando el día había sido duro y había tenido que ahogarlo en vino. Una noche de Navidad le dejé una bolsa con comida entre sus brazos mientras dormía la moña de recuerdos y llantos que siempre pilla esos días.

No me atrevía a preguntar por él a los nuevos becarios de sin techo que hay por ahí porque me temía lo peor; hacía unas noches en un sueño me contaban que había muerto y yo con esas cosas no juego. Sin embargo la ausencia se hizo tan larga que una tarde me lancé y pregunté. "Ardió" me dijeron. "No sabemos qué pasó, pero un compañero nos contó que salió de su chabola envuelto en llamas". " El día que le llevaron al hospital nos dijeron que tenía quemaduras en el 80% de su cuerpo". "Me han dicho que ha muerto, pero quién sabe"

Quien sabe.....Yo no se nada, porque por no saber, ni su nombre le pregunté. Porque no era nadie, no son nadie, pero ahora cada día miro a esa esquina en la que ya no está ninguno de ellos y echo de menos su mirada intensa y triste y su sonrisa de medio lado. Quiero pensar que sigue en el hospital y que se salvará algún día, por mas que sea imposible salvar a alguien con esas quemaduras y en esas condiciones, por mas que me hayan dicho que ha muerto, porque me siento boba por no saber como se llama y no poder siquiera preguntar por él.

Nadie les mira, nadie les habla, nadie les vela.....no son nadie y como nadie mueren.

No estoy contenta.